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El dolor es un síntoma frecuente en algunos tipos de cáncer, sobre todo con la enfermedad avanzada. Además es incapacitante, afecta al estado de ánimo y se convierte en uno de los principales miedos relacionados con la enfermedad. Por eso el control del dolor en pacientes con cáncer es -y debe ser- una prioridad. Este artículo habla del manejo del dolor en cáncer.

Manejo del dolor en cáncer - Psicología en Cáncer
Martin Büdenbender – Pixabay

El significado del dolor

Todo el mundo ha experimentado dolor en su vida. Ya sea por un golpe, un brazo roto, o una muela en mal estado. El dolor tiene una clara función adaptativa: Nos avisa de que alguna parte de nuestro cuerpo ha sufrido un daño o una lesión, y nos empuja a solucionarlo.

Cuando se trata de un dolor agudo (que dura sólo un rato o unos días), probablemente no le daremos más importancia. Ante un dolor de muela, vamos al dentista y lo solucionamos. Si nos rompemos un brazo se escayola y el dolor desaparece -a veces con la ayuda de calmantes-, etc.

Pero el dolor crónico (el que dura más de 6 meses, de forma contínua o intermitente) tiene un significado distinto: ante él tenemos la sensación de que no podemos hacer nada para evitarlo. Que no lo podemos controlar. Por eso se le suma un componente emocional, en forma de preocupación. Al añadir esta preocupación el dolor se convierte en sufrimiento.

Además con el cáncer sucede otra cosa: la aparición de un dolor “nuevo” puede interpretarse como un agravamiento de la enfermedad. No siempre tiene este significado, pero es normal que pensemos que el cáncer avanza a medida que notamos más dolor. Es importante distinguirlo de otras formas de dolor, como la migraña, que viene por episodios y se va: la persona sabe que es parte de la enfermedad y no lo interpreta como un signo de empeoramiento. En el cáncer, sí es habitual hacer esta interpretación.

Por todo ello el manejo del dolor en cáncer se convierte en una prioridad: el resto de preocupaciones pasan a un segundo término y el dolor es lo primero que queremos atender. Afortunadamente los médicos saben esto, y hacen lo posible para aliviarlo.

Cómo se evalua el dolor en los pacientes oncológicos

Tan importante como calmar el dolor es describirlo, para que el médico pueda saber qué tratamiento dar en cada momento. El dolor puede cambiar de un día a otro, e incluso puede cambiar dentro de un mismo día. Por eso es importante evaluar dos características: la intensidad y la forma.

La intensidad del dolor se evalúa con un instrumento llamado Escala Visual Analógica (EVA), que tiene un aspecto parecido a este:

La EVA es como un termómetro en que el paciente puede indicar hasta que punto le duele, desde “Sin dolor” hasta «Máximo dolor”. Medir la intensidad del dolor antes y después del tratamiento es una buena forma de saber si éste ha sido eficaz. Por ejemplo, si al empezar tengo una intensidad de dolor de 7 (intenso) y después del tratamiento el dolor es de 3 (moderado), significa que el tratamiento ha reducido el dolor.

Para el manejo del dolor en cáncer, éste también se puede describir según la forma de notarlo: ¿Es un dolor punzante? ¿Se nota como martillazos? ¿O es, más bien, persistente? Describir el dolor de este modo ayuda a saber cuál es su origen, y a administrar el tratamiento más adecuado. Al igual que la extensión del dolor: no es lo mismo que duela una parte del cuerpo que tener un dolor más extendido.

El manejo del dolor en cáncer

El dolor es una de las prioridades en el tratamiento del cáncer
Luisella Planeta – Pixabay

El alivio del dolor recibe el nombre de analgesia. Los medicamentos más básicos para calmar el dolor son el ibuprofeno y el paracetamol. La dosis va a depender de la intensidad del dolor, pero siempre debe estar controlada por un médico.

Para dolores más intensos existen los opiáceos, que pueden ser suaves (como la codeína o el tramadol) o fuertes, como la morfina o la oxicodona. Estos medicamentos sólo se pueden adquirir con receta, y están muy controlados para evitar un uso inadecuado.

Si con este manejo del dolor en cáncer no es suficiente se puede operar al paciente para intervenir las vías que envían las señales dolorosas al cerebro. Estas técnicas se emplean en muy pocas ocasiones, dados sus costes y efectos secundarios. También se puede dar quimioterapia o radioterapia para aliviar el dolor.

Es posible que el médico haya recetado una pauta combinada de estos medicamentos (por ejemplo, parches de morfina para cambiarse cada 8 horas, y algún analgésico “de rescate” por si en algún momento la morfina no fuera suficiente). Es muy importante seguir las indicaciones del médico, y hacer cada toma cuando toca, aunque en este momento no tengamos dolor. No hay motivo para soportar el dolor si éste nos deteriora la calidad de vida.

La morfina y otros opiáceos pueden provocar tolerancia. Esto significa que cada vez hace falta una mayor cantidad de medicamento para conseguir el mismo efecto. En otras palabras, la dosis que hoy es eficaz, puede ser insuficiente dentro de unas semanas si se sigue tomando. Forma parte del medicamento, y es normal que ocurra. El médico ya lo sabrá, y valorará qué recomendación dar a cada paciente.

Apoyo psicológico en el tratamiento del dolor

Además de estas técnicas de manejo del dolor en cáncer existen otras desde la psicología que, cuando se juntan con las primeras, aumentan su eficacia. No son analgésicas por si mismas, pero potencian su efecto. Dos ejemplos de estas técnicas son la relajación y la distracción.

La distracción consiste en desviar el pensamiento para que no esté centrado en el dolor. Cuando nos concentramos en el dolor que sentimos, lo notamos con más intensidad; por lo tanto, distraerse ayudará a sentirlo menos. La distracción no consiste, simplemente, en “no pensar en el dolor”. Lo que funciona es sustituir el pensamiento que queremos eliminar por otro. La mente no puede estar en blanco. Si intentamos dejar la mente en blanco, nos vendrá algun pensamiento a la cabeza. Pero tampoco puede haber dos pensamientos a la vez. De ahí que, poner un pensamiento nuevo en nuestra cabeza, va a sustituir el del dolor. Puedes practicarlo tú mismo/a:

Cuando tengas dolor, o estés pensando en algo que te preocupa y quieras dejar de sentirse mal, piensa en cualquier cosa que te resulte más agradable: un recuerdo familiar, unas vacaciones, etc. Puedes tumbarte en una silla, cerrar los ojos y visualizar una playa desierta, de arena blanca y agua cristalina. Con palmeras, en un ambiente de silencio. Incluso puedes imaginarte el sonido de las olas yendo y viniendo a la playa. Y el olor a agua salada. Y permanecer así unos minutos, concentrándote en lo que visualizas.

La relajación es un procedimiento parecido, aunque más complejo. Asi es cómo se pone en práctica:

  1. Busca un sitio en casa donde no haya demasiado ruido. Pide a tu família que no te moleste durante un rato.
  2. Túmbate o estírate y desabróchate cualquier cosa que pueda estar apretando: el reloj, el cinturón, las gafas, etc.
  3. Cierra los ojos. Coge el aire por la nariz y suéltalo también por la nariz. Haz las respiraciones tan largas como sea posible. Retén el aire en tus pulmones unos 5 segundos antes de expulsarlo. Respira hinchando primero la barriga, luego la parte baja de los pulmones y, finalmente, la parte superior.
  4. Concéntrate en la sensación del aire, entrando frío por tu nariz y saliendo caliente.
  5. Empieza a relajar los pies y los tobillos, como si fueran de madera. Sube por las piernas, las rodillas y los muslos.
  6. Relaja el abdomen y el tronco. Sigue relajando hombros, brazos, codos, manos y dedos. Finalmente relaja el cuello y la cabeza.
  7. Permanece así unos minutos, disfrutando de esta sensación. Respira muy lentamente y con los ojos cerrados.
  8. Pasados unos minutos empieza a moverte lentamente. Levántate poco a poco: si lo haces de repente podrías marearte.
El manejo del dolor en las personas con cáncer
Sammy-Sander – Pixabay

Tanto la distracción como la relajación no se suelen conseguir a la primera, pero esto no significa que tú no puedas hacerlo. Hace falta práctica para lograrlas. Si quieres relajarte sin quedarte dormido/a, procura hacerlo en algun momento del día en que no tengas sueño.

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La sedación paliativa

La analgesia la distinguimos de la sedación por su intensidad y por sus objetivos. Cuando una persona requiere sedación es cuando el dolor físico y/o psicológico se hacen tan intensos que no remiten con el tratamiento habitual. En este caso la dosis que se administra es superior, y va en aumento. La persona llega a dormirse y permanece así mientras dura el efecto del sedante.

A veces -pero no siempre- la sedación es la opción elegida cuando el cáncer está avanzado, de manera que el tratamiento ya no pretende ser curativo. La sedación es una forma más profunda de alivio, con la característica de que el paciente no está consciente. Puede permanecer así hasta que fallece. Sin ningun tipo de dolor ni sufrimiento.

Tomar esta decisión es muy difícil para el paciente, para la familia y para el equipo médico. Antes de este punto, la situación de la persona será evaluada por un comité experto en el que hay médicos, enfermeras, especialistas en cuidados paliativos, psicólogos y trabajadores sociales. Y en el que la familia está debidamente informada y, por supuesto, se la invita a tomar también las decisiones.


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