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La crisis provocada por el coronavirus ha hecho que el sistema sanitario de nuestro país se adaptara para dar prioridad a la epidemia. Eso ha perjudicado la asistencia a las personas con otras enfermedades, como las oncológicas. Ahora que empieza el desconfinamiento vale la pena analizar el impacto de la COVID19 en personas con cáncer.

Impacto de la crisis de la COBID 19 en personas con cáncer
Iqbal Nuril Anwar – Pixabay

Un confinamiento más estricto

El confinamiento ha afectado todo el mundo en mayor o menor medida. Ha obligado a cambiar rutinas y adaptarse a una situación para la que nadie estaba preparado. A ello se ha sumado la incertidumbre de no saber cuándo terminaría. Ahora que se está desescalando en el confinamiento, podemos ver cómo ha afectado de manera más intensa a las personas con cáncer y sus familiares y amigos.

En este artículo ya explicaba que las consecuencias de un contagio con la COVID19 en personas con cáncer podían ser más graves que en el resto de la población. Sobre todo en pacientes que se estaban tratando con quimioterapia: este tratamiento suele provocar inmunodepresión (bajada de las defensas), por lo que el cuerpo está más expuesto a cualquier tipo de infección.

Esto hacía que los pacientes y las personas que conviven con ellos prácticamente no pudieran salir de casa, ni para ir a comprar, ante el riesgo de contagiarse. También se desaconsejó que recibieran visitas, contribuyendo a su aislamiento y confiando en las nuevas tecnologías con el fin de mantener el contacto.

Los síntomas más frecuentes han sido los de ansiedad y depresión. También se ha notado el impacto económico de la crisis, reduciendo los ingresos de las familias de los pacientes. Hoy todavía persiste un cierto miedo, pero este debería irse desvaneciendo de cara a los próximos días. Sin duda será importante recuperar el apoyo social y económico para estas personas.

Impacto de la COVID19 en personas con cáncer: los retrasos en el diagnóstico

El COVID 19 ha provocado retrasos en el diagnóstico de cáncer
Tatiana – Pixabay

El sistema sanitario había creado un circuito de diagnóstico rápido para dejar pasar el menor tiempo de espera posible entre la primera sospecha de cáncer y el inicio de la estrategia terapéutica. Y es que cuando un tumor se detecta y el paciente comienza el tratamiento en su fase inicial, es más probable que se cure.

Con la desviación de los esfuerzos asistenciales hacia la gestión de la epidemia de COVID19, las personas con cáncer han notado un cierto retraso en el diagnóstico. Con el consiguiente alargamiento del malestar emocional durante la espera de la realización y los resultados de las pruebas.

Este malestar emocional se vive en forma de ansiedad, incertidumbre, sensación de que el tiempo pasa muy lentamente y una gran alteración de la calidad de vida. Aunque es comprensible que había que evitar un desbordamiento del sistema sanitario, también había que tener en cuenta que el retraso en el diagnóstico conlleva consecuencias a largo plazo en la salud física, mental y social de los afectados.

La quimioterapia y la radioterapia han visto alterado su ritmo

La frecuencia con la que una persona con cáncer se somete a una sesión de tratamiento (una dosis de quimioterapia, radioterapia, inmunoterapia, etc) se basa en un equilibrio. Las sesiones deben ser suficientemente frecuentes como para impedir que el tumor se resista, y a la vez, lo suficientemente espaciadas como para permitir al paciente recuperarse de sus efectos adversos. Por eso están tan pautadas y habitualmente sólo se altera el ritmo cuando los riesgos de hacer la sesión que «toca» superan los beneficios (por ejemplo, si un análisis de sangre revela que la persona tiene unos niveles de glóbulos blancos extremadamente bajos, la quimioterapia se puede posponer unos días).

La crisis de la COVID19 en las personas con cáncer también se ha notado en este punto: el ritmo del tratamiento, incluyendo las intervenciones quirúrgicas, se ha truncado por la menor disposición de profesionales y para evitar que los pacientes tuvieran que acudir al hospital y exponerse al riesgo de infección con el coronavirus.

Debemos tener en cuante que en el tratamiento hay dos componentes que dan una cierta tranquilidad a las personas con cáncer y sus familiares: por un lado, la estrategia terapéutica por si misma (la sensación de que «estamos haciendo algo para salir de esto«); por el otro, el contacto frecuente con los profesionals de la salud aumenta el sentimiento de protección («si surge algún imprevisto, hay mucha gente para ayudarnos«).

Interrumpir o espaciar los tratamientos más de lo habitual puede hacer aumentar la preocupación por si la enfermedad se aprovechará de ello. Además, muchos pacientes que han podido ir al hospital para recibir el tratamiento no han podido estar acompañados por sus familiares debido a las restricciones.

Otro efecto de la crisis de la COVID19 en las personas con cáncer: el duelo pospuesto

El impacto del COVID 19 en las personas con cáncer también se ha notado en forma de duelo pospuesto
Johana Peña – Pixabay

El confinamiento ha hecho que, cuando moría un ser querido, no nos pudiéramos despedir de él como nos habría gustado. Tanto si la causa de la muerte era la Covid 19, como si era el cáncer o cualquier otra. Con muchas personas se ha procedido a una incineración sin dar alternativas, y todos los rituales funerarios que son tan necesarios para elaborar el duelo no se han podido llevar a cabo.

La propuesta de realizar estos rituales cuando el confinamiento termine del todo puede contribuir a evitar que, en muchos casos, se acabe produciendo lo que llamamos un duelo complicado: El proceso de duelo que se alarga y se intensifica por la sensación de que no hemos hecho todo lo que teníamos que hacer.

Es decir, el duelo -que de entrada NO es un trastorno sino un proceso normal de adaptación a una realidad donde esa persona ya no está- puede acabar convirtiéndose en un trastorno si este proceso no se hace correctamente.

En resumen, el impacto de la crisis de la COVID 19 en las personas con cáncer se ha notado aunque los pacientes no hayan pasado la infección. Y habrá que mantener el apoyo médico, psicológico, social y económico para que se puedan recuperar de sus efectos.

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