Las reacciones ante el cáncer son muy variadas. Las más habituales son la tristeza, el miedo y la rabia, y a menudo se combinan entre ellas. Cada una da lugar a situaciones particulares, por lo que conviene analizarlas una a una. Este artículo habla de cuando reaccionamos al cáncer con rabia: qué hay detrás de esta emoción, en qué momentos se produce y cómo la podemos reducir.

La rabia como emoción
Las emociones son respuestas complejas que afectan a nuestro cuerpo (nos pueden hacer aumentar la frecuencia cardíaca), nuestra conducta (pueden hacer que echemos a correr) y nuestros sentimientos (nos pueden hacer sentir bien o mal). Son universales: todas las personas las tienen -incluso ciertos animales también pueden experimentar algunas-. Y dan lugar a una expresión que ayuda a los demás a interpretarlas. La función de las emociones es triple: adaptarnos a algún cambio, comunicarnos con los demás y motivarnos para conseguir algo.
La rabia (también conocida como ira, enojo o enfado) aparece cuando encontramos un bloqueo a algo que queremos hacer, cuando nos traicionan la confianza, cuando recibimos críticas que pensamos que no merecemos y cuando nos vemos afectados por un problema que no hemos provocado. La esencia de la rabia es que la situación no es la que creemos que debería ser. Además la rabia puede conducir a la hostilidad y, a veces, a la agresión.
En otras palabras: ¿Para qué sirve la rabia? Pues al producir un sentimiento negativo (desagradable) nos crea un motivo para corregir la situación. Por ejemplo, cuando no podemos cerrar un cajón, la rabia nos aumenta la fuerza física para darle un golpe y conseguir cerrarlo. O cuando nos han tratado mal en una tienda, la ira es lo que nos moviliza para presentar una reclamación.
Cómo nos afecta la rabia cuando tenemos cáncer
Cuando recibimos un diagnóstico de cáncer, un pensamiento que nos viene a la cabeza es que tendremos que cambiar los planes. Quizás nos quedaremos sin trabajo, no podremos ir de vacaciones o nos pondrán dificultades para adoptar un niño. Como el cáncer no es algo que hayamos buscado, lo percibimos como una injusticia.
La ira forma parte del proceso de adaptación al diagnóstico: Cuando reaccionamos al cáncer con rabia nos estamos dando tiempo a nosotros/as mismos/as para asumir, poco a poco, la noticia.
No todas las personas tienen esta reacción. En parte depende de si se tiene una predisposición general a enfadarse (como rasgo de personalidad), y de si se puede identificar un causante (como el tabaco). También depende de si hemos vivido otros casos de cáncer en personas cercanas y de cómo se han resuelto.

Durante el tratamiento el principal motivo de rabia son los problemas de comunicación con el personal sanitario. Hay pacientes que denuncian falta de información o una atención inadecuada. El riesgo más importante de esta situación es el abandono de la terapia. Desde la psicooncología a veces tenemos que ayudar a mejorar la comunicación entre el oncólogo y el paciente. No es culpa de nadie; de hecho buscar culpables sirve de muy poco. El problema no está en ninguna de las partes, sino en la relación entre estas partes.
Las personas que, después de haberse curado, tienen una recaída, pueden reaccionar con ira porque piensan que el tratamiento hecho previamente -y los efectos secundarios soportados- no han servido para nada. Y cuando se afronta el final de vida es habitual enfadarse por todas las cosas que no se podrán hacer.
Qué podemos hacer cuando reaccionamos al cáncer con rabia
La rabia puede estar escondiendo otra emoción como el miedo, o la tristeza, que -sobre todo a los hombres- cuesta expresar de manera natural.
Cuando reaccionamos al cáncer con rabia lo más importante es normalizarlo. Con una enfermedad de esta gravedad, casi cualquier reacción se puede considerar normal, y la rabia queda incluida. Démonos permiso a nosotros/as mismos/as para sentir esa rabia. Es posible que, desde el entorno nos digan que tenemos que tener una actitud positiva. Pero esto no ayuda e, incluso, añade todavía más carga emocional.
Ante la rabia por situaciones cotidianas podemos pedir ayuda. A veces son cosas que se pueden arreglar con relativa facilidad (haber perdido un objeto importante, que se haya acabado un medicamento, etc) y que las personas del entorno nos pueden solucionar. No siempre es fácil pedir ayuda pero, hacerlo, resuelve muchos problemas y profundiza las relaciones.
Para resolver un conflicto de manera eficaz conviene hacerlo desde la preocupación. En lugar de competir para ver quién se impone, intentar comprender que lo que motiva la necesidad de arreglarlo es esta preocupación. Y que hablando con calma se puede llegar a un acuerdo. Cuando tenemos ira, la parte emocional de nuestro cerebro se impone a la parte racional. Por eso no podemos tomar decisiones de manera adecuada si no nos tranquilizamos antes.
También es importante entender que la violencia NO es admisible. Aunque estemos muy enfadados, utilizar la violencia física o verbal no ayuda a arreglar nada, y puede crear nuevos problemas (incluso, legales). Si sentimos que nos están maltratando tenemos todo el derecho a tomar las medidas necesarias para evitarlo.
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